La historia de la actividad portuaria en Sevilla es la historia misma de la ciudad y la historia del río Guadalquivir. La presencia fenicia ya permitió generar un primer fondeadero, que en época romana alcanzaría el estatus de puerto fluvial junto con sus astilleros. La entonces llamada Hispalis se situaría como punto de referencia para el comercio de la parte sur de la Península Ibérica con Roma. Los más de cinco siglos de dominación musulmana permitirían consolidar el puerto, con toda una serie de construcciones, entre las que podría destacarse la propia Torre del Oro.
A partir de la conquista cristiana, se amplían las atarazanas y se erige Sevilla como centro de la flota castellana. En 1503 se producirá un punto de inflexión de gran trascendencia en la historia del puerto, al establecerse en Sevilla la Casa de la Contratación, lo que otorgó a la ciudad el monopolio del comercio con América. De igual modo, el posterior traslado de dicho organismo a Cádiz producirá la decadencia del puerto.
El resurgir se producirá con la modernización del puerto a finales del siglo XVIII. Diferentes cortas y actuaciones para agilizar y mejorar la navegación por el río permitirán situar de nuevo a Sevilla como punto de referencia comercial. En el siglo XX se proseguirá con las actuaciones tanto en el recorrido del río como en las instalaciones portuarias, que poco a poco irán trasladándose hacia el sur de la ciudad. Los planes de Moliní (1903-1926) y de Brackenbury (1927) permitirán la realización de nuevas cortas, la creación de muelles (Nueva York, Tablada, Delicias), la construcción de la esclusa o la inauguración de más puentes, con una gran repercusión en el propio urbanismo de Sevilla y en su expansión tanto hacia el oeste como al sur.
Actualmente el Puerto sigue acometiendo ambiciosos proyectos de modernización de sus instalaciones. Esto permite la integración de sus antiguos terrenos en la ciudad y, al mismo tiempo, que se siga ligando el nombre de Sevilla con la actividad portuaria.
La intervención en el Puerto se sitúa, principalmente, en el denominado muelle de Tablada, intervención contemporánea de ese traslado hacia el sur que ha efectuado la actividad portuaria en los dos últimos siglos. Este espacio se encuentra restringido para la ciudadanía sevillana, debido a la labor industrial que en él se desarrolla y de lo que atestiguan la constante presencia de grandes embarcaciones navieras, las enormes grúas, la muralla que conforman los tinglados así como toda una serie de infraestructuras que van desde la red interna ferroviaria hasta los restos del antiguo puente de hierro, hoy varado en una de las orillas de la dársena.
Estos condicionantes no han permitido abordar este espacio del mismo modo que se ha actuado en otras partes de la ciudad. Su aspecto desolado, casi inhóspito, no es sinónimo de inactividad, todo lo contrario. Es más, es uno de los pocos puertos con transporte ferroviario en España y el único fluvial de carácter comercial.
De este modo, El Latir del Puerto trata de recuperar lo que históricamente siempre fue el corazón de la ciudad de Sevilla. Para ello propone dejarnos llevar por los sonidos característicos y propios de su actividad portuaria, por esa cadencia de ruidos industriales que ahora se erigen como protagonistas y llevan el son de los movimientos de una bailaora que convierte un embarcadero en su tablao y al Puerto en su único espectador.